Un mal de nuestra época radica en confundir vivir como un artista con convertir nuestra vida y persona en una obra de arte para ser contemplada (y admirada).
El matiz entre estas dos actitudes es sutil. La distancia que las separa… Oceánica.
Nietzsche reflexionó sobre esta cuestión apoyándose en dos ideas que se han convertido en seña de identidad de su propuesta existencial, y que a mí me han servido y me sirven como antídoto en mi vida: el eterno retorno y el amor fati, el amor al destino.
Si supieras que volverías a vivir tu vida una y otra vez. Si te llegara la certeza de estar destinados a un eterno retorno en el que los acontecimientos de nuestra biografía se repitieran una y otra vez, ¿seguirías viviendo de la misma manera? ¿Volverías a actuar de la misma forma en que lo hiciste, o asumirías el riesgo de hacerlo diferente?
La experiencia del artista tal y como la entiende Nietzsche tiene más que ver con dejarse conmover y transformar por aquello que acontezca en nuestro destino, que con construir algo bello. Vivir con la disposición a vivir la vida de tal manera que, si tuviéramos que vivirla de nuevo, pudiéramos estar satisfechos de que se repitiera una y otra vez. Eternamente.
Vivir así pone en cuestión no solo nuestra escala de valores, sino también la imagen que tenemos de nosotros mismos en relación con lo que se espera de nosotros o de los valores aprendidos de la sociedad y de las figuras que nos criaron y nos dieron vida.
Fue esta lección la que tuve que aprender en mi vida y a la que tanto me ayuda la experiencia de subirme a un escenario como cómico para no olvidarla.
Mientras que quien vive queriendo construir una obra de arte de sí convive con la angustia de que no descubran una mancha en su persona, el artista está dispuesto a la experiencia de lanzarse al abismo, de soltar el control sobre la pureza de su escultura; asumiendo la tensión e incluso el desagrado que esto pueda generar en su público (y en sí mismo), al darse a conocer.
En nuestra vida son muchas las situaciones que se nos repiten. De hecho, pareciera que la vida insista en ponernos la misma piedra en forma de parejas, autoridades, amistades, pérdidas o frustraciones como si de un guión puteón se tratara.
Sin embargo, tomando en cuenta la propuesta de ese filósofo alemán con bigotazo y que se abrazó a un caballo flagelado en el suelo para pedirle perdón en nombre de la humanidad, encontramos aliento para dar el paso y ver qué pasa si vivimos en coherencia con lo que siento, pienso y actúo.
Tenemos derecho a explorar. Y es algo que a mí mismo me viene muy bien recordar.
Carl Jung insistía en que aquello que no hacemos consciente en nuestro interior retornará a nuestra vida en forma de destino hasta que lo resolvamos.
¿Cuáles son esas piedras en las que tropiezas constantemente? ¿Cuál es el miedo que emerge en tu interior para no actuar de manera diferente?
Es ahí donde está la oportunidad de tu arte. De tu creación.
Disfrútala tú.
Vive de tal manera que llegues a amar tu destino y su eterno retorno.